Medio maratón del día del padre
Deportes - 2013-09-11 16:25:39
Como bien se sabe, hace poco menos de un año empecé a participar en carreras, enfocadas en un inicio en competencias con obstáculos. Así, pasaron el Reto Vikingo y dos Espartanas, una de 6 y otra de 14 kilómetros. Sin embargo, los proyectos de participar en eventos más tranquilos (o por lo menos planos), siempre se habían quedado en eso, en proyectos. Hasta que me enteré que un amigo muy querido estaba considerando participar en el medio maratón del día del padre a pesar de no haber hecho ejercicio en mucho tiempo. La idea de correr con alguien más me convenció de entrar de una vez por todas a estas competencias y una carrera tan icónica en nuestra ciudad resultó todavía más atractiva.
Así, después de registrarme en la página de Emoción Deportiva, fui el viernes 14 de junio a buscar mi playera y mi número (9998) a la UNAM y me dediqué a comer pastas los dos días siguientes, cuestión de tener suficiente energía durante la competencia.
Llegó el domingo, desayuné un poco más de espagueti, y esperé a que Santiago pasara por mí. Considerando que el recorrido ha sido el mismo desde hace varios años – a saber, se corre sobre Periférico sur saliendo a la altura del cruce con Insurgentes en dirección a Xochimilco hasta llegar al paso a desnivel de Cafetales y de regreso hasta Zacatepetl – íbamos con la recomendación de dejar el coche en el estacionamiento de Perisur. Ahí nos quedamos de ver con Marc, otro amigo del Liceo que tenía algo de experiencia por haber corrido el año anterior. Nos dirigimos al área de salida y, mientras calentábamos lo necesario, llegamos al bloque que nos correspondía de acuerdo al tiempo estimado que en el caso de Santiago y mío era entre 2 horas y 2 horas 15, y esperamos pacientemente el disparo inicial.
Lo primero que me llamó la atención es la lentitud de la salida. Participa tanta gente y nosotros estábamos tan atrás que nos llevó poco más de 16 minutos llegar de donde empezamos hasta el tapete que registraba el principio oficial de nuestro tiempo. Pasado ese punto, ya era posible correr. La primera mitad de la competencia pasó sin mayor interés más allá de ver del otro lado de la barrera de contención a los corredores profesionales que se acercaban a la meta cuando yo todavía no cruzaba por encima de Tlalpan por primera ocasión. Aunque me costó un poco tomar un buen ritmo, después de unos minutos todo iba excelente. Es curioso cómo dimensionamos la ciudad cuando la recorremos de manera diferente a lo acostumbrado. He recorrido ese tramo del Periférico centenas de veces pero nunca en unas condiciones que permitieran analizar, sobre todo, los distintos cambios de pendiente. La siguiente sorpresa fue al pasar por debajo de los puentes de la glorieta de Vaqueritos y ver que delante de mí seguía la columna de playeras naranja sin la mínima intención de dar media vuelta para regresar hacia el poniente. Pero bueno, apenas pasábamos la marca de los 9 kilómetros y al poco tiempo nos sacaron a la lateral para que subiéramos al paso a desnivel; al cruzar los 10, ya íbamos de regreso. Todo iba muy bien hasta que a los dos tercios de la distancia pasó lo que, en el fondo, sabía que tenía que suceder: me empezó a doler la rodilla. Normalmente cuando sucede eso en el gimnasio, bajo el ritmo y, si no se me pasa, dejo de correr. Pero aquí no me podía dar ese lujo por lo que experimenté con diferentes cadencias hasta que encontré la que menos malestar me causaba y seguí más o menos a la misma velocidad. Algo que he aprendido desde que empecé a participar en carreras es a medir la situación para poder terminar lo mejor y más rápido posible; la idea de abandonar simplemente ha dejado de ser opción y darme el tiempo de analizar la situación ha ayudado a que logre apretar el paso en los tramos finales. Esto me sucedió en Valle de Bravo y la carrera del día del padre no fue la excepción. Tras ver que el dolor en la rodilla se había estancado en un nivel perfectamente tolerable y entrar a la subida más larga del circuito me dio un segundo aire que, para ser sincero, no me esperaba. Dejé que los gritos de apoyo del público me animaran, subí la velocidad y empecé a alcanzar y rebasar a muchas personas, al mismo tiempo que calculaba las reservas de energía para llegar a la meta. No contaba con que el tramo de Zacatepetl llegaba hasta la entrada del CCH y de ahí de regreso casi hasta la entrada al bosque de Tlalpan. Ese imprevisto en la estrategia me drenó más energía de la que esperaba y tuve que bajar el ritmo para no quedarme a menos de dos kilómetros de la meta. Aun así, la última bajada me permitió recuperar la suficiente fuerza para echarme un sprint final hasta la meta.
Da mucho gusto ver que el grupo de Corredores del Bosque de Tlalpan, principales organizadores de esta carrera, tiene muy bien dominada la organización. No faltan agua ni cuidados médicos a lo largo del recorrido y, una vez que cruzas la línea final, te meten a la zona de entrada al bosque y te mantienen caminando para que no te enfríes demasiado rápido. Mientras tanto, te hacen pasar por un puesto de Gatorade, te entregan una bolsa con algunos recuerdos y algo de comida para recuperar energía y te entregan una medalla para terminar en el área de festival donde la gente se reencuentra con sus conocidos para compartir experiencias.
Más allá del inmenso cansancio que me tumbó el resto del día, puedo decir que es una experiencia que quiero repetir mientras el tiempo aguante. Creo que con un buen entrenamiento puedo reducir considerablemente las 2 horas 10 que hice y, en una de esas, me empiezo a animar a correr el maratón de la Ciudad de México el año que entra. Mientras tanto, a aprovechar el sinnúmero de eventos que se vuelven cada vez más frecuentes en nuestra ciudad.